LA GUERRA DE LOS BOTONES. De YVES ROBERT

La película narra el enfrentamiento entre los niños de dos pueblos vecinos: el botín de cada batalla son los botones que se le han arrancado al "enemigo". Pero lo importante de la película es cómo desgrana los conceptos de pertenencia (al grupo, a la familia, al pueblo, a la propia nación), cómo acota las distancias que nos separan y nos unen, cómo sondea el espacio, inasequible a los otros, de la soledad y el miedo. Es una película que hoy pasaría por "incorrecta": en ella, los rudos campesinos de los pueblos en cuestión confortan a los niños con aguardiente, los insultos y palabrotas que circulan tienen referentes sexistas, los animales son objeto de crueldad. Pero, por encima de esa rudeza, poco grata a los gustos remilgados de hoy, se perfila una moral que también nos parece hoy infrecuente: los contendientes aceptan unas reglas, y la posibilidad de un uso indiscriminado de la violencia, latente en muchas de las situaciones de la película, queda inhibida por la mera existencia de un código moral. Un código basto, rudimentario, abusivo incluso (y explícitamente, si no antidemocrático, sí predemocrático), pero asumido por todos como único principio que presta sentido a las acciones del grupo, y sin el cual éste quedaría disuelto y sus componentes condenados al sinsentido de ser meros objetos en manos de la escuela, de padres insensibles, de un mundo absurdo. No lo es el de La guerra de los botones, por todo lo dicho. Pero, por contraste, sí que lo parece el nuestro.