Una maravillosa delicia esta película del danés Gabriel Axel basada en una historia de Karen Blixen (o Isak Dinesen), ganadora del Premio de la Academia a la mejor película de habla no inglesa en 1987: sutileza, sencillez, tacto, buen gusto, puro gozo hecho cine para el deleite de los sentidos, particularmente de la vista y del… apetito, el verdadero sexto sentido. Esta película “pequeña” sorprende por su perfección narrativa, su maravillosa puesta en escena, mínima pero eficacísima, y por su belleza visual encantadora, sugerente, mágica. Una película para recordar mucho, mucho tiempo, sin duda, y para que los atrevidos practiquen sus dotes culinarias.
En la convulsa Europa del XIX, sumergida en constantes guerras, revoluciones, movimientos de masas, conflictos políticos, invasiones, nacionalismos, comunismos, anarquismos, conservadurismos, imperialismos y colonialismos, aún quedan reductos medio olvidados de todo y de todos que subsisten gracias a la tradición, a una moral rígida y controladora, y a una estética de la austeridad y de la pureza como formas de transitar por el valle de lágrimas de la vida haciendo méritos para disfrutar de la otra que pudiera venir (hay gente ‘pa tó’, que dijo el Maestro). En una pequeña y olvidada comunidad de Dinamarca viven dos hermanas ancianas que no han hecho más que el bien en toda su vida y que, ahora ya muy mayores, sienten una gran nostalgia por todo aquello a lo que renunciaron, por todo aquello que no vivieron, por la música, la fiesta, el amor desenfrenado, los placeres de la vida y de los sentidos. O sea, por todo lo que la religión prohíbe para tenerlo todo bien sujeto y controlado, en su costumbre de girar cheques sin fondos por una vida eterna que hay que creerse obligando a amargarse en ésta, mientras recaudan los billetes para el viaje en terrenales billetes y monedas. El puritanismo en el que estas hermanas fueron educadas les ha arruinado la vida, les ha impedido ser felices, y la austeridad, la rutina y las sencillas convenciones y formas de la vida cotidiana son su único mundo desde décadas atrás. Pero un buen día aparece Babette, una francesa que huye de los convulsos vientos que soplan en la Europa Central y del Sur, y que encuentra refugio en el pequeño e insulso oasis de vida contemplativa de la pequeña comunidad danesa.
En la convulsa Europa del XIX, sumergida en constantes guerras, revoluciones, movimientos de masas, conflictos políticos, invasiones, nacionalismos, comunismos, anarquismos, conservadurismos, imperialismos y colonialismos, aún quedan reductos medio olvidados de todo y de todos que subsisten gracias a la tradición, a una moral rígida y controladora, y a una estética de la austeridad y de la pureza como formas de transitar por el valle de lágrimas de la vida haciendo méritos para disfrutar de la otra que pudiera venir (hay gente ‘pa tó’, que dijo el Maestro). En una pequeña y olvidada comunidad de Dinamarca viven dos hermanas ancianas que no han hecho más que el bien en toda su vida y que, ahora ya muy mayores, sienten una gran nostalgia por todo aquello a lo que renunciaron, por todo aquello que no vivieron, por la música, la fiesta, el amor desenfrenado, los placeres de la vida y de los sentidos. O sea, por todo lo que la religión prohíbe para tenerlo todo bien sujeto y controlado, en su costumbre de girar cheques sin fondos por una vida eterna que hay que creerse obligando a amargarse en ésta, mientras recaudan los billetes para el viaje en terrenales billetes y monedas. El puritanismo en el que estas hermanas fueron educadas les ha arruinado la vida, les ha impedido ser felices, y la austeridad, la rutina y las sencillas convenciones y formas de la vida cotidiana son su único mundo desde décadas atrás. Pero un buen día aparece Babette, una francesa que huye de los convulsos vientos que soplan en la Europa Central y del Sur, y que encuentra refugio en el pequeño e insulso oasis de vida contemplativa de la pequeña comunidad danesa.